Lunes por la mañana, nos vamos a casa. Empezamos a
recoger, ropa, regalitos que le han ido trayendo a Ana, dibujos de sus compis
de clase. Ya estamos preparados. Nos dan las últimas pautas y comenzamos
nuestra nueva vida.
A parte de hacernos con una báscula de cocina para
pesar los alimentos que contienen hidratos de carbono y calcular las raciones,
preparamos zumos y galletas para que Ana los llevase al día siguiente a
clase. Imprimimos varios folletos sobre
la diabetes para explicárselo a sus profesores. No fue nada fácil mandar a la
peque al día siguiente al cole. Ella sola se tendría que hacer la prueba de
glucemia de media mañana, y como sólo hacía una semana que había debutado,
estábamos asustados por lo que pudiera pasar y nos aterraba la idea de que
pudiera sufrir una hipoglucemia y no darse cuenta.
A partir de ese día y hasta ahora, Ana se hace todas sus
pruebas: desayuno, media mañana, comida, merienda y cena. Únicamente nosotros,
su padre y yo, bueno más su padre, la verdad, le hacernos las pruebas de por la
noche: la primera a las tres horas de la cena, como a las 00.00 h. o así, y la
segunda pues depende de cómo esté, si está bajita y le damos algo de comer pues
a la hora para ver si remontó, que está bien, pues a las tres horas, esta
última prueba nos dijeron hace tiempo en el hospital que no era necesaria, pero
la verdad nosotros estamos mucho más tranquilos haciéndosela. Hay días en que
no remonta del todo y hacemos hasta tres pruebas nocturnas. Ana está dormida y
no se entera que le estamos pinchando en el dedo.
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