La experiencia fue maravillosa. El chef del restaurante en el que teníamos que
comer y cenar salía todos los días para preguntarnos qué le hacía al día
siguiente a la nena, incluso la comida ya salía pesada de cocina. Ana disfrutó
un montón: la forma de preparación de los platos, su presentación, como la
trataban.. Vamos que quedamos encantados. Hugo se llamaba el chef.
Desde aquél primer viaje en barco, decidimos ahorrar un poquito todos los meses
para poder hacer uno de vez en cuando. Fue una experiencia inolvidable.
Ahora pasados ocho años, ya llevamos tres más. Y continuamos maravillados
igualmente. Con ganas de repetir en cuando podamos.
En el último que hicimos el verano pasado, tenían una carta para celiacos. Pero
no os penséis que una carta cualquiera, no, no, una carta que nada tiene que
envidiar a los platos de los mejores restaurantes de Madrid.
Solamente tuve un problema en un aeropuerto. Creo recordar que fue en el de
Hensilki, que al pasar la aduana me hicieron tirar los tres zumos que llevaba
en la mochila de mano. Sólo me dejaron uno y aunque enseñé al policía el
documento que llevaba del hospital donde se indicaba que era diabética y que
tenía que llevar insulina, pluma, zumos, etc.., no nos hizo ni caso y los zumos
fueron a la basura. Bueno, tampoco fue para tanto, porque en la maleta que
había embarcado llevaba más. Ya no viajamos con báscula ni con tanta comida, lo
único que suelo llevar son zumos y galletas por si los necesita durante las
excursiones que realizamos fuera del barco.
Bueno, pues lo dicho, que este tipo de enfermedades no os hagan quedaros en
casa.
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