A cierta edad a los niños les encanta celebrar su cumpleaños con una fiesta
de pijama. Ana se ha perdido muchas. Iba al cumple, cenaba con las amigas, pero
a la hora de ir a la cama yo iba a buscarla; no me fiaba de que con el ajetreo
del cumpleaños pudiese sufrir una hipoglucemia y no se enterase. Ella lo
comprendía y aunque la pobre se moría de envidia de ver que sus amigas se
quedaban, no rechistaba y subía al coche para regresar a casa con cara de pena.
No sé cuál era mayor, su dolor o el mío.
Hace un año quedaron para dormir en casa de una amiga. En un primer
momento mi respuesta fue un rotundo no, pero Ana insistió: ya soy mayor mamá,
yo me pongo la alarma en el móvil y me hago la prueba, te llamo si quieres y te
digo cuanto tengo, no te preocupes, confía en mí… Bueno, al final me dije: y
porqué no, déjala que disfrute.
Esa noche dormimos poco, ella por la fiesta y yo por la preocupación. Se
pinchó un par de unidades menos de insulina rápida, prefería que estuviese un poco
alta a que le diese una hipoglucemia. Se puso su alarma y se hizo las pruebas
correspondientes, en cada prueba me llamó y me dijo como estaba. En una de
ellas y, a pesar de haber puesto menos insulina, estaba con la glucosa baja.
Tomó un par de galletas y remontó.
Cuando la recogimos por la mañana, su cara era de absoluta felicidad. Mereció
la pena pasar una mala noche por ver esa sonrisa en su rostro.
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