lunes, 27 de mayo de 2013

MAMÁ QUIERO IR DE CAMPAMENTO

Se acerca el final del curso escolar y muchos padres se ven en la necesidad de apuntar a sus hijos a un campamento de verano. Son pequeños y no pueden quedar solos en casa.

Al principio, cuando tienes un hijo diabético, no te planteas la posibilidad de apuntarle a un campamento quincenal fuera de tu ciudad. El miedo te puede. Buscas uno cerca de casa y le recoges cuando termina tu jornada laboral.
Yo soy muy miedosa y me costó mucho aceptar que Ana asistiera a un campamento. Por el día sé que ella se controlaría, pero me daba miedo la noche. Ana se duerme y no se entera de nada de lo que pase alrededor. Cuando por las noches le realizamos las pruebas de glucemia ella ni se inmuta.

Bueno, que pierdo el hilo. Como os decía, realicé un gran esfuerzo accediendo a que Ana asistiera al campamento, pero la experiencia resultó gratificante.
El campamento bilingüe era en un pueblo de Santander, en el ALBERGUE MAX. Antes de inscribirla hablé con el Director del centro. Le comenté que Ana era diabética y celiaca. Me comentó que estaban acostumbrados a tratar a niños diabéticos, que no me preocupase. Se portaron fenomenal. Os cuento:

Una semana antes del comienzo del campamento me hicieron llegar vía mail el menú semanal que iban a preparar para todos los niños, y yo le adapté a un menú exento de gluten. Asimismo, me dijeron que los hidratos de carbono podían salir pesados de cocina, por lo que en el menú que hice incluí también las cantidades, acoplándolas a las raciones de hidratos que Ana puede tomar en cada ingesta. En este aspecto fenomenal, Ana quedó encantada con las comidas; además, Jesús, el Director, se encargaba de controlar que tomase toda la comida que contaba como ración.
Para el tema de las noches Jesús me informó que pondría a Ana en el dormitorio que quedaba junto al despacho del monitor que hace guardia por la noche. Cenaban como a las 20.00 horas, la prueba de las 23.00 horas me llamaba Ana en presencia del monitor y me decía cuanto tenía. Si estaba baja el monitor le ofrecía zumo, leche o galletas, dependiendo de la glucemia. Yo le indicaba al monitor a qué hora tenía que despertar a Ana y mandarle hacer la prueba. Cuando repetían la segunda prueba me llamaban, el monitor y Ana, y me decían la glucemia que tenía. Normalmente, como esta solía ser correcta, nos despedíamos hasta la mañana siguiente. A las nueve de la mañana, Ana me volvía a llamar y me informaba de la glucemia del desayuno.

Bueno, como podéis ver, la experiencia fue estupenda, más para mí incluso que para Ana. Ella lo pasó fenomenal y disfrutó muchísimo, pero para mí fue realmente gratificante darme cuenta que mis miedos eran injustificados. Bueno, no injustificados realmente, exagerados diría yo.
Tenemos que ofrecerles a nuestros hijos la posibilidad de que se sientan normales, hacerles ver que no mermamos sus posibilidades y que tenemos fe plena en ellos. Sólo así conseguiremos que no solo se sientan, sino que sean como el resto.

 

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