Al principio, cuando tienes un
hijo diabético, no te planteas la posibilidad de apuntarle a un campamento
quincenal fuera de tu ciudad. El miedo te puede. Buscas uno cerca de casa y le
recoges cuando termina tu jornada laboral.
Yo soy muy miedosa y me costó
mucho aceptar que Ana asistiera a un campamento. Por el día sé que ella se
controlaría, pero me daba miedo la noche. Ana se duerme y no se entera de nada
de lo que pase alrededor. Cuando por las noches le realizamos las pruebas de
glucemia ella ni se inmuta.
Bueno, que pierdo el hilo. Como
os decía, realicé un gran esfuerzo accediendo a que Ana asistiera al
campamento, pero la experiencia resultó gratificante.
El campamento bilingüe era en un
pueblo de Santander, en el ALBERGUE MAX. Antes de inscribirla hablé con el
Director del centro. Le comenté que Ana era diabética y celiaca. Me comentó que
estaban acostumbrados a tratar a niños diabéticos, que no me preocupase. Se
portaron fenomenal. Os cuento:
Una semana antes del comienzo del
campamento me hicieron llegar vía mail el menú semanal que iban a preparar para
todos los niños, y yo le adapté a un menú exento de gluten. Asimismo, me
dijeron que los hidratos de carbono podían salir pesados de cocina, por lo que
en el menú que hice incluí también las cantidades, acoplándolas a las raciones
de hidratos que Ana puede tomar en cada ingesta. En este aspecto fenomenal, Ana
quedó encantada con las comidas; además, Jesús, el Director, se encargaba de
controlar que tomase toda la comida que contaba como ración.
Para el tema de las noches Jesús
me informó que pondría a Ana en el dormitorio que quedaba junto al despacho del
monitor que hace guardia por la noche. Cenaban como a las 20.00 horas, la
prueba de las 23.00 horas me llamaba Ana en presencia del monitor y me decía
cuanto tenía. Si estaba baja el monitor le ofrecía zumo, leche o galletas,
dependiendo de la glucemia. Yo le indicaba al monitor a qué hora tenía que
despertar a Ana y mandarle hacer la prueba. Cuando repetían la segunda prueba
me llamaban, el monitor y Ana, y me decían la glucemia que tenía. Normalmente,
como esta solía ser correcta, nos despedíamos hasta la mañana siguiente. A las
nueve de la mañana, Ana me volvía a llamar y me informaba de la glucemia del
desayuno.
Bueno, como podéis ver, la
experiencia fue estupenda, más para mí incluso que para Ana. Ella lo pasó
fenomenal y disfrutó muchísimo, pero para mí fue realmente gratificante darme
cuenta que mis miedos eran injustificados. Bueno, no injustificados realmente,
exagerados diría yo.
Tenemos que ofrecerles a nuestros
hijos la posibilidad de que se sientan normales, hacerles ver que no mermamos
sus posibilidades y que tenemos fe plena en ellos. Sólo así conseguiremos que
no solo se sientan, sino que sean como el resto.
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